Estados Unidos, Egipto, Catar y Turquía firmaron una declaración sobre Gaza con el objetivo de garantizar el alto el fuego en la Franja. Mientras una veintena de jefes de Estado se reúnen en la cumbre de Sharm el-Sheij para reflexionar sobre el futuro del territorio palestino, los cristianos de Gaza comienzan a mirar hacia adelante, tomando conciencia de lo mucho que han perdido. Así lo relata el padre Gabriel Romanelli, párroco de la iglesia de la Sagrada Familia en Gaza.
Acostumbrados a promesas incumplidas de un alto el fuego duradero, los cristianos de Gaza reaccionaron al principio con cautela. Pero la visita del presidente estadounidense, la cumbre de Sharm el-Sheij con la participación de numerosos líderes —entre ellos el presidente de la Autoridad Palestina— y la liberación de rehenes aún retenidos por Hamás a cambio de unos 2.000 prisioneros palestinos, los han llevado a recuperar la esperanza.
El padre Gabriel Romanelli, párroco de la parroquia católica de la Sagrada Familia, habla de ese anhelo de ver instaurarse una paz justa para todos, “a ambos lados del muro”.
Frente al estado de devastación que reina en Gaza, la tarea que les espera es enorme. Sostenidos por la oración, los cristianos quieren cuidar de las personas y reconstruir.
—¿En qué estado de ánimo se encuentran hoy sus feligreses?
Hasta ahora había mucho miedo. Temían que esta fuera solo la primera y última etapa del proceso de paz. No sería la primera vez que un intento de diálogo se interrumpe apenas comienza. Pero, por lo que estamos viendo y escuchando —la visita del presidente de Estados Unidos a Israel, la cumbre en Egipto con la presencia del presidente de la Autoridad Palestina y de otros mandatarios—, parece posible que la guerra haya terminado y que algo nuevo esté por comenzar. Esperamos que esto sea beneficioso para toda la población de Palestina, especialmente para la de Gaza, y que contribuya a la paz entre palestinos e israelíes.
Sin duda, se percibe un aire de serenidad y alegría. Pero al mismo tiempo, no debemos olvidar que Gaza está completamente destruida. La ciudad que conocíamos antes de la guerra ya no existe. Y eso es muy duro para la gente. Por ejemplo, entre nuestros refugiados había algunos que aún conservaban su casa, aunque dañada; pero en estas dos últimas semanas de guerra también fueron demolidas. Barrios enteros fueron arrasados. La tristeza es inmensa, porque con sus casas, la mayoría de los refugiados —y en general los habitantes de Gaza— han perdido también sus documentos, sus recuerdos. Las escuelas, las universidades, los lugares de descanso, los hospitales… todo lo esencial ha desaparecido.
—¿Significa eso que los habitantes de Gaza comienzan a salir de la lógica de supervivencia para asumir la magnitud de lo perdido?
Sí, exactamente. Lo primero es sobrevivir y decirse: “Está bien, se acabó, al menos tenemos un alto el fuego”. Para que lo entiendan, es como lo que se vio en televisión tras el tsunami: uno está en la playa mirando las ruinas y repite “no, no, no, que la ola no vuelva”. El miedo sigue ahí, pero también la necesidad de volver a trabajar y ayudar. Nos preguntamos qué podemos hacer por la gente, cómo seguir ayudando a los pobres. Gracias al patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, y a muchas asociaciones, la pequeña iglesia de la Sagrada Familia ha ayudado y sigue ayudando a miles de familias en Gaza.
—¿Ya están pensando en su misión futura, entre continuidad y nuevos desafíos?
Hemos hecho mucho y queremos seguir, pero debemos preguntarnos qué quiere Dios que hagamos. Se necesitan transformaciones profundas. Teníamos, por ejemplo, tres escuelas. Esperamos poder reabrirlas, pero dos fueron bombardeadas. Están llenas de refugiados. Nuestra escuela junto a la iglesia también acoge a desplazados de la comunidad cristiana. Antes de la guerra, en nuestras escuelas había 2.250 alumnos, en su mayoría musulmanes y un 10 % cristianos. ¿Dónde podemos recibir hoy a esos niños? Todas las escuelas se han convertido en refugios.
En cuanto a la vida social, ¿cómo reorganizarla? Las calles están cubiertas de escombros. Los sistemas de alcantarillado están destruidos, no hay agua potable ni electricidad. Falta absolutamente todo, así que debemos avanzar con mucha prudencia.
Y debemos seguir orando como siempre: con adoración diaria, homilías, rosarios, encuentros con niños, jóvenes y adultos. La vida espiritual es el fundamento de nuestra fuerza para seguir sirviendo: atender a los pobres, a los ancianos, a las personas con discapacidad postradas en cama. Tenemos que continuar ayudándolos.
—Nos imaginamos que muchas personas están regresando hacia el norte y la ciudad de Gaza.
Sí, pero en condiciones muy difíciles. Muchos vivían en tiendas de campaña, y ahora, al regresar, no encuentran nada. En las dos o tres últimas semanas, la situación ha sido muy grave. Un bombardeo, por ejemplo, destruyó una escuela que albergaba a 5.000 personas. ¿Dónde van ahora? Hay aulas donde duermen diez, doce, quince personas en el suelo. Esa es la realidad.
—En Sharm el-Sheij se discute ahora el futuro del Estado palestino. Usted vive su fe intensamente. ¿Es así para todos? ¿Cómo canalizar el miedo y la ira hacia algo constructivo?
Afortunadamente, los cristianos de Oriente son un ejemplo para nosotros. Saben que la guerra es obra de los hombres, no de Dios. En Dios encontramos la fuerza, la paz y la gracia para seguir viviendo nuestra vida espiritual y servir a todos.
Y lo más conmovedor es que, aunque hemos perdido casi un 6 % de la comunidad cristiana durante esta guerra —personas muertas o asesinadas—, nunca he escuchado a un cristiano hablar de venganza. “No estamos acostumbrados ni sabemos lo que significa tener sed de sangre”, me decía hace más de un año un médico de nuestra comunidad. Es verdad. En general, los pueblos de Oriente Medio creen en Dios. Y aunque la guerra cambiará algunas actitudes, la mayoría de la población de Gaza, e incluso de Israel y Cisjordania —donde la situación también es muy grave—, están agotados de la guerra. Quieren que todo termine.
Por eso, esperamos el inicio de una nueva etapa de paz basada en la justicia. Porque si no se respetan los derechos de las personas —a un lado y al otro del muro—, el futuro seguirá siendo incierto.
Fuente: https://www.vaticannews.va/
